La mala costumbre de empezar a escribir cuando no tengo
ganas, o cuando tengo ganas y no de que escribir, o la inversa o lo que sea.
Extraño tener motivos, extraño la pena, extraño la rabia, el
amor, el dolor, la felicidad; extraño sentir. Las pastillas lo impidieron,
ahora soy un niño triste y quieto como un objeto, sin vida propia actuando como
una fotocopia, como una fotografía congelada en el espacio. El medicamento al
servicio de la sociedad para hacernos individuos productivos y funcionales para
esta; para insertarnos en su sistema de productos y de producción. Yo no estoy
loco, o al menos no lo estaba. Ahora no sé, no sé que hago, las pastillas me
quitaron la vida, la personalidad.
Lo único que me dieron las pastillas fueron pesadillas
constantes, sueños terribles y reales de los cuales no puedo escapar. Sueño
todas las noches con persecuciones sin fin ni principio, con monstros amorfos
que me atacan, con pérdidas terribles, con suicidios y asesinatos cometidos por
mí. Sueño con gargantas cortadas a la mitad, con brazos mutilados y
desgarrados, con músculos que se separan de los tejidos, con ojos saliendo de
sus cuencas y estallando en un vacío infinito, sueño que el pecho se me
desgarra y se les desgarra a los demás; que sus costillas vuelan del y van a
parar varios metros más allá.
Y despierto, sudando, gritando.