viernes, 6 de julio de 2012

Antídoto


Las paredes se caían alrededor de mí, me obligaban a adentrarme cada vez más en mí. Ese mí, o ese yo, que odiaba, que no soportaba; pero las paredes que se caían ante mí me hacían adentrarme cada vez más. Hasta que yo, y mi otro yo.


El otoño deja a su paso, tristes hojas secas, que caen a una acera desolada, en la cual a su vez, un niño, supuestamente feliz, las pisa. Ese niño no sabe, que en unos años, se sentará a pensar y sabrá que las hojas, no eran hojas. Eran, él. Y el, pisaba a él. En la acera, en otoño.

Sonidos musicales dan a conocer un nuevo día en la que el sol brota de la cordillera y se esconde por otro lugar. Su madre lo llama.

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