miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un día


Caminaba un día cualquiera por la calle, tomaba una micro cualquiera en un paradero cualquiera con dirección a cualquier parte. Subía y veía a los distintos tipos de personas sentados, parados, doblados, rectos. Estaban todos sin prestar atención, con audífonos, pegados a su celular. Se sienta al final de la micro, pegado a la ventana se da cuenta de lo que le pasa y se larga a llorar. Siente las lagrimas bajar por sus mejillas, se le hace el típico nudo en la garganta, se le ponen los ojos rojos y solloza; llora mucho rato, las lágrimas caen por sus ojos hasta que se duerme.

Se despierta pasado el punto dónde debía bajarse. Le duelen los ojos y la cabeza, la vida le pesa sobre sus hombros, mira alrededor y decide pararse para presionar el botón que haga detenerse el bus en el próximo paradero, espera que se abran las puertas y se baja. Camina en dirección contraria de dónde venía gracias al dormirse en la micro, tiene la cabeza gacha y va pensando en quien sabe qué cosa.  Dobla por un pasaje, saca las llaves del bolsillo delantero de su abrigo de piel, abre la puerta del viejo edifico marrón donde vivía, sube con lentitud las escaleras debido a que, como siempre, el ascensor no funcionaba. Llega a su nivel, el 6 por cierto, inserta la llave en la cerradura mientras su mano tirita presa del nerviosismo, gira delicadamente la pieza de metal y empuja la puerta hacia dentro. Camina breves pasos dentro de su departamento sin molestarse siquiera en cerrar la puerta.

Está en su pieza, se saca el abrigo mojado y lo deja caer sobre el montón de ropa, cojines y diversas mierdas que utiliza como cama. Arranca una hoja de un cuaderno y con un lápiz se pone a garabatear letras sobre el papel, tacha lo escrito una y otra vez hasta que finalmente solo deja una simple línea en el medio de la hoja. Lo dobla y lo deja justo encima de la marca de ese café que derramó ayer.
3 horas después su padre llega y ve su cuerpo en el piso de la cocina con un frasco de pastillas en el brazo derecho y en el izquierdo los cortes que se propinaba. Mientras, en su pieza el papel decía: “Nos vemos en una hora papá, te quiero”. 

Gaël Arnaud

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