Veía pasar a la gente enfrente de sus ojos, cómo
llegaban y luego se iban tal cual como llegaron sin decir palabra. Se sentía
sólo, irrelevante para el transcurso de las cosas y todo eso, en cierto punto
lo era... ¿Cuánta diferencia puede hacer una sola persona en este mundo de
mierda lleno de ellas?
Sus días se repetían en una rutina tan cansina como
mortal:
- Despertarse
- Despertarse
- Ir al colegio de mierda
- Estar en el colegio de mierda
- Salir del colegio de mierda
- Drogarse
- Dormir.
Él con tan sólo 16 ya era un experto en esto de las
drogas, las había probado de casi todos los tipos; Legales,
ilegales, alucinógenas, opioides, farmacéuticas y toda la basura
inclasificable que se puede encontrar en las calles. No le preocupaban sus
efectos, según él las controlaba; tenía buen promedio, sus viejos pensaban de
él lo mejor, no era agresivo, etcétera, etcétera. Pero la adicción no es sólo
física, y él lo sabía, por eso le había empezado a preocupar su falta de
motivación por la vida, su paja constante, el hecho de que ni las minas
pudieran sacarlo del estado de mierda en el que vivía.
Él tenía una familia normal, vivía en Peñalolen con
su hermana y su vieja, ella se había separado de su padre cuando él tenía
apenas 4 años. Ni le afectó, era un pendejo de mierda que no cachaba una, así
que tranqui, lo veía los fin de semanas y a veces almorzaba con él en la
semana, relajado, súper normal. Con su hermana la relación también era normal,
ella tenía 2 años más que él y se llevaban como los típicos adolescentes
huevones, peleando por estupideces, no
pescándose, molestándose mutuamente, pero se querían, se notaba que
se querían.
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